Según una encuesta efectuada entre los profesores estadounidenses, en la década de los 40 del siglo pasado, mascar chicle era el mayor reto al que se enfrentaban los docentes en su jornada laboral. En aquella época, el déficit de atención y la hiperactividad eran todavía descritos como ansiedad orgánica, síndrome de inquietud, funcionalidad cerebral mínima, trastorno del comportamiento postencefalítico o reacción hipercinética en niños. Desde la década de los 70, el TDAH es considerado una patología, combatida hasta la fecha con diversos métodos, con los que se obtienen muy modestos resultados.
¿Qué hay detrás de este fenómeno, que en el año 2010 parece ser que afectaba a aproximadamente un 7% de la población mundial, es decir a unos 476 millones de personas? Hasta hoy no ha sido posible dar una respuesta clara a esta cuestión y los expertos no logran ponerse de acuerdo sobre ella.
El punto de vista de la medicina académica clásica
La medicina académica define al TDAH como a un trastorno neurológico, tras el que sospechan que se oculta una causa genética. El trastorno presenta tres características básicas:
Los medicina divide los casos de TDAH en tres grandes grupos: Un primer grupo, el cual es hiperactivo e impulsivo en gran medida, un segundo grupo, cuyo rasgo dominante es la falta de atención y un tercer grupo en el que están presentes de forma conjunta las tres características mencionadas.
Los niños que padecen el TDAH tienen serios problemas en la escuela. Muchos de ellos tienen una muy baja autoestima, sentimiento que manifiestan e intentan compensar a través de la agresividad y el afán de protagonismo. La convivencia con otros niños resulta difícil, a causa de sus dificultades para adaptarse a reglas o normas impuestas. Ello ocasiona conflictos con su entorno social. La relación de los síntomas puede ser ampliada: problemas de aprendizaje, trastornos del comportamiento (comportamiento destructivo o asocial), síndrome de Tourette (trastorno que se caracteriza por la presencia de tics motóricos o verbales descontrolados), cambios de humor, depresión, miedos, etc. En algunos niños el TDAH desaparece con la pubertad, mientras que en otros permanece toda la vida como “enfermedad crónica”.
No se conoce una causa concreta del TDAH, pero en determinados círculos médicos se cree que la presencia de irregularidades bioquímicas en las regiones cerebrales responsables de la atención, la planificación y la actividad motora, pudiera contribuir a la aparición del síndrome.
Lo que es un hecho es que hasta la fecha no existe ninguna terapia médica que conduzca a la “curación” definitiva del TDAH. Tan solo existen medicamentos psicoactivos que permiten tratar el “problema” y minimizar en cierta medida sus síntomas. En la mayoría de los casos se prescribe Ritalin (es decir, clorhidrato de metilfenidato), existiendo también otros tipos de medicamentos tales como psicoestimulantes, antidepresivos o anticonvulsivos).
Numerosas publicaciones especializadas confirman los efectos reguladores de los psicoestimulantes y documenta el que hecho de que éstos consiguen mitigar el excesivo movimiento tanto en los que hace referencia a la psicomotricidad fina como a la gruesa y los niños se tranquilizan. La medicación consigue también aumentar la atención en clase, en el aprendizaje de contenidos el cual requiere la comprensión de múltiples relaciones, a la vez que reduce los comportamientos agresivos, perturbantes y de resistencia ante padres, maestros o compañeros de clase. Con la ayuda de Ritalin hay personas que han conseguido incluso evolucionar de niño hiperactivo a académico.
Al margen de los desagradables y perjudiciales efectos secundarios que ocasiona en muchos casos este medicamento, como son nerviosismo, inapetencia, insomnio, molestias estomacales, dolores de cabeza, aturdimiento o somnolencia, los niños so capaces de juzgar perfectamente si el medicamento les va bien o no. Existen numerosos informes de niños a los cuales se les prescribió Ritalin durante un tiempo y muchos de ellos se quejaban de sufrir tristeza, sentimientos depresivos, miedos, sensación de abandono, nerviosismo o apatía o incluso, al preguntarles, lo expresaban de un modo más drástico: “con Ritalin no quería seguir viviendo”.
El estadounidense Thomas Armstrong (Ph.D.), quien de dedicó a este tema a partir la década de los setenta, ocupándose de todas estas infelices situaciones, contribuyo con su trabajo en gran manera a darle un nuevo enfoque holístico a la “enfermedad”.
El enfoque alternativo/integral
Armstrong llegó a la reveladora convicción de que el TDAH, como enfermedad, no existe. Los llamados niños hiperactivos no sufren un trastorno sino que simplemente eligen una forma de pensar, de comportarse y de prestar atención diferente. El trastorno aparece únicamente cuando el trato con ellos no es el adecuado, lo que tiene efectos destructivos a nivel social y pedagógico.
“El TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) no es ningún virus, que ha estado larvado durante siglos en los cerebros de nuestros hijos, esperando una oportunidad para actuar, sino que es algo creado fundamentalmente en los laboratorios de psicología cognitiva de EEUU y Canadá y posteriormente divulgado por todo el mundo por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, las autoridades en materia educativa y los laboratorios químicos de grandes empresas farmacéuticas”
Thomas Armstrong cree– y yo me sumo incondicionalmente a su opinión- que todos los niños que sufren trastornos del comportamiento y de la atención, en el fondo son niños totalmente normales y sanos y que de ninguna forma sufren un trastorno patológico. A estos niños, más que ayudarles, les ocasionamos un grave perjuicio al decirles que tienen un problema denominado TDAH. De hecho, se ha podido comprobar que los niños a los que se ha diagnosticado TDAH se muestran más cohibidos al tratar con otros niños, ya que se avergüenzan de ser diferentes. De igual modo, los niños con TDAH sufren a menudo las burlas y el rechazo de sus compañeros de clase, tan pronto como se les marca con el sello del TDAH.
Pero, ¿cómo podemos ayudar a estos niños sin recurrir a medicamentos o reduciendo su uso? ¿En que consiste el tratamiento holístico del síndrome? La respuesta varía de niño a niño y por ello en cada caso debería probarse una combinación individualizada de métodos, que pueden ir desde el eliminar substancias alergénicas de la dieta (nivel físico), al empleo de métodos de aprendizaje integrales (nivel mental), pasando por la utilización de por ejemplo esencias florales o remedios homeopáticos (nivel anímico).
Pero antes que nada resulta imprescindible que el niño con TDAH no sea visto como un problema sino más bien como un reflejo de su entorno. Tanto padres como pedagogos deben preguntarse qué es lo que el niño desea expresar mediante su comportamiento, qué es lo que no sabe como afrontar, cuál es su posición en la familia o en la clase, qué aptitudes o cualidades no puede o le impiden desarrollar, ¿se adapta la enseñanza del niño a su modelo de aprendizaje?, ¿hay tensiones en su hogar?, etc. Como se puede apreciar, se trata de una combinación de aspectos, relacionados todos ellos con el comportamiento llamativo del niño. Por ello, como si de una maraña de hilos se tratara, la cual vamos desenredando poco a poco tirando de cada uno de los hilos, todos los factores deberían ser tenidos en cuenta y trabajados. Ello no es fácil, sino que es una tarea verdaderamente compleja, lo que hace que en muchos casos tanto padres como pedagogos prefieran recurrir a los tratamientos medicamentosos.
El enfoque espiritual
Si contemplamos el TDAH, no solo desde un enfoque integral sino también espiritual, entonces llegaremos a conclusiones verdaderamente asombrosas. Pero el requisito primordial para hacerlo es que nuestro interés sea sincero y que estemos completamente abiertos a su mundo. No podemos tener una actitud de rechazo a la espiritualidad ni problemas con términos tales como reencarnación, canalizar, aptitudes de médium, chakras, aura o ángeles. Y es que el tratar a estos niños desde un enfoque espiritual nos abre un camino a un mundo metafísico, el cual desgraciadamente no podemos comprender a través de la lógica, la razón, con aparatos de medición, con procedimientos médicos, enfoques psicoterapéuticos o pensamiento holístico.
De hecho, la tarea de sensibilizar a otros de la existencia de un nivel espiritual, es una de las funciones de los niños hiperactivos, a los que no sin razón se ha denominado también “niños de la Nueva Era”. Este gran grupo incluye a los llamados niños índigo, niños de luz, y muchas otras formas de denominarlos. Es cierto que son todos estos conceptos esotéricos, que asustan profundamente en un primer contacto a personas en las que predomina el aspecto intelectual. Pero eso es precisamente lo importante: estos niños han venido al mundo y con ello a nuestra sociedad, con todas esas aptitudes metafísicas poco habituales, para dar la oportunidad a muchos adultos de ampliar su consciencia, echar por la borda modelos de pensamiento caducos y comenzar a buscar el lado espiritual de su existencia.
Muchos de los denominados niños de la Nueva Era conocen perfectamente su tarea vital o la de sus padres, la mayoría de las veces ya en edades muy tempranas. Nos dejan perplejos muchas veces con descripciones tremendamente concretas de personas fallecidas a las que nunca han visto, están en contacto con ángeles o se acuerdan de cosas de antes de su nacimiento. De todos los libros que se ocupan del tema cabe destacar muy especialmente el excelente título “Vengo del sol” el que ya a principio de los 90, el pequeño Flavio conmocionó al mundo con sus explicaciones, narraciones y dibujos metafísicos.
¿Y a quién sorprende que estos niños no sean adecuados para nuestro sistema social, que se aferra a estructuras educativas y formativas totalmente obsoletas? ¿A quién sorprende que estos niños necesiten hoy más que nunca que se les de la posibilidad de hablar de su espiritualidad y que se les comprenda, que puedan expresarla y vivirla? ¿A quién sorprende que muchos adultos sigan prefiriendo ponerle a un niño la etiqueta de “niño con TDAH”?. ¿Y a quién sorprende que muchos adultos prefieran ponerle al niño esa etiqueta y olvidarse de alguna forma del tema, en lugar de evitar caer en la vieja trampa de la comodidad y enfrentarse a él mismo, al niño o a las condiciones cambiantes de nuestro tiempo? Un tiempo marcado por la más importante trasformación acaecida en toda la historia de la humanidad, en el que todos los valores y las normas vigentes hasta la fecha, todas las convenciones y las denominadas “verdades” deberán ser revisadas, valoradas y redefinidas. Desde este enfoque, el comportamiento de estos niños supone una contribución importantísima a esta fuerte ruptura y este profundo cambio.